Reducir la huella de carbono en lo que producimos y consumimos es una convicción y no una imposición.
En diciembre próximo se cumplirán cinco años desde que 197 países, Colombia entre ellos, suscribieron el Acuerdo de París durante la COP21 y se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Paradójicamente, Estados Unidos –que anunció que se retiraría del Acuerdo– es uno de los que mejor han cumplido con sus compromisos. El año pasado las emisiones disminuyeron, no propiamente por obra de un gobierno incrédulo de estos asuntos como el de Trump, sino por decisiones de abajo hacia arriba que han convertido la descarbonización y la electrificación –más que en tendencias– en nuevas formas de vida.
Reducir la huella de carbono en lo que producimos y consumimos es –y debe ser– una convicción, más que una imposición. Una forma de hacerlo es reemplazando los combustibles fósiles por energías limpias, como la energía eléctrica basada en fuentes renovables.
Los consumidores han sido los protagonistas al cambiar sus hábitos y exigir productos limpios y empresas responsables. Las empresas que permanecen indiferentes corren el riesgo de perder su mercado y hasta su licencia social. También saben que la forma de acceder al financiamiento en mejores condiciones exige compromisos ambientales. En este campo, el mercado le está ganando la delantera al Estado.
Esto es positivo, pues la más reciente información científica es aterradora. Pero quizás más influyentes que los modelos sean las imágenes que vemos todos los días. Por ejemplo, los incendios forestales en Australia debilitaron el Gobierno y convencieron a los escépticos en ese país. En Colombia, los efectos del cambio climático tampoco requirieron grandes cantidades de evidencia científica. Las devastadoras inundaciones producidas por el fenómeno de la Niña en 2010 y 2011 crearon conciencia del problema, fundamental a la hora de introducir el impuesto al carbono en 2016, en lo que fuimos pioneros. Pero ese fue solo un primer paso. Seguramente tendremos que aumentar nuestro nivel de ambición frente a la reducción de emisiones a la que nos comprometimos en 2015.
La razón es que aun si se cumplen las contribuciones acordadas en París, cosa que difícilmente ocurrirá, el aumento de la temperatura global será de 3 °C en 2100, frente a los niveles del siglo XIX.
La última vez que nuestro planeta tuvo una temperatura similar fue durante el Plioceno, hace 3 millones de años, cuando el nivel del mar era entre 10 y 20 metros más alto. Sobra decir que los seres humanos no existíamos, pues entramos en escena hace menos de 250.000 años. Esa es una de las razones por las cuales es particularmente difícil simular los efectos de lo que podría ocurrir si esa situación se repite.
Lo más problemático es que las consecuencias del cambio climático pueden darse en cascada, como cuando una sequía es seguida de una ola de calor, o el aumento en el nivel del mar es acompañado de tormentas e inundaciones. Los efectos compuestos de estos fenómenos tienen consecuencias que no alcanzamos a dimensionar, incluyendo grandes desplazamientos de la población que seguramente causarán conflictos y guerras.
Los países que están tomando la delantera son aquellos donde los consumidores están preocupados y exigen un cambio cultural de sus líderes políticos y empresariales. En Colombia, más que una imposición del Gobierno, cuya efectividad siempre será limitada, toda persona, en su propio ámbito y espectro de acción, debe impulsar un plan de descarbonización. Esto se aplica a las empresas, universidades, ciudades, etc. Los alcaldes tienen un papel particularmente importante en las estrategias de electrificación del transporte público. Por ejemplo, Bogotá esta en mora de electrificar la flota de buses de TransMilenio, algo que puede hacer de la mano de su propia empresa de energía, tal y como lo está haciendo Santiago de Chile.
Esta no es una preocupación ni de izquierda ni de derecha. Tampoco hay tiempo para esperar hasta que otros tomen las decisiones por nosotros. El mundo está mostrando que allí donde hay cambios efectivos es donde la ciudadanía ha decidido tomar cartas en el asunto.
Mauricio Cárdenas