María Mónica Monsalve
“Estamos en código rojo para un futuro sano”. Estas fueron las palabras con las que el profesor Anthony Costello, copresidente de The Lancet Countdown, presentó el último informe que realizaron 93 autores de 43 instituciones, sobre la estrecha y preocupante relación que existe entre el cambio climático y la salud humana. Aunque lo lógico -y quizá fácil- es pensar que el único impacto que tendrá este fenómeno es que nuestros cuerpos no podrán soportar altas temperaturas, la relación va más allá: se trata de una cadena de factores que ya está impactando el incremento de enfermedades infecciosas, las horas de trabajo, las condiciones para hacer deporte, el aire que respiramos, cómo comemos e incluso nuestra salud mental. El cambio climático empieza a definirlo todo.
El informe, que se viene publicando anualmente desde 2015, es cada vez más concluyente. Pasó de advertir, hace seis años, que “hacer frente al cambio climático podría ser la mayor oportunidad de salud mundial del siglo XXI”, a construir 44 indicadores que demuestran no solo cómo el cambio climático ya está afectando la salud humana, sino cómo los sistemas de salud de los países están poco preparados para asumir este reto.
Uno de los indicadores más sólidos es el siguiente: si comparamos el año 2020 con lo que sucedió en promedio entre 1986 y 2005, las personas mayores de 65 años que se expusieron a olas de calor aumentaron en 3,1 mil millones y los niños menores de un año que vivieron un calor muy intenso se incrementó en 626 millones.
Pero esto no se traduce solo en dolores de cabeza o en deshidratación, sino en que, por ejemplo, durante las últimas cuatro décadas, sobre todo en los países con un Índice de Desarrollo Humano (IDH) bajo, las personas perdieron 3,7 horas, en las que podían salir a hacer ejercicio debido al exceso de calor. Otra forma de verlo es que durante 2020 se perdieron 295 mil millones de horas potenciales para hacer trabajo por el mismo motivo, con un 79 % afectando a la agricultura.
La consecuencia más letal, claro está, es la muerte. “Los fallecimientos relacionados con el calor en personas mayores de 65 años alcanzaron un récord de aproximadamente 345.000 muertes en 2019. Entre 2018 y 2019, además, en todas las regiones, excepto Europa, experimentaron un aumento de las muertes relacionadas con el calor en este grupo de edad”.
Pero las olas extremas de calor no son las únicas que tienen un impacto negativo en la salud. El incremento de temperatura también está haciendo que las enfermedades infecciosas se intensifiquen y extiendan a zonas donde antes no estaban. “Entre 2011 y 2021, el área de costa que se volvió más apta para la transmisión de la bacteria Vibrio (que puede causar cólera, diarreas o infecciones a través de heridas, dependiendo de su tipo) aumentó en un 35 % en el Báltico, 25 % en el Atlántico nororiental y 4 % en el Pacífico nororiental”, es uno de los indicadores que arroja el informe.
Según explicó a El Espectador Luis Escobar, de la Universidad Virginia Tech, de Estados Unidos, y uno de los autores de este segmento del documento, la razón detrás de estos es sencilla: la Vibrio prefiere el agua caliente y con mucho fitoplancton, al que se pega para poder sobrevivir. Con el cambio climático, los mares se hacen más cálidos y con más plancton, incrementando su viabilidad para sobrevivir. “Como las condiciones del agua están cambiando, la presencia de la Vibrio está llegando a los países más desarrollados, generalmente en el hemisferio norte, que se habían mantenido bajos en riesgo de cólera”, explica.